Los tetzahuitl no necesariamente anunciaban acontecimientos negativos o funestos; pero podían irrumpir el orden de lo cotidiano tanto en la vida de las personas como en asuntos sociales o políticos.
En el año 12 Casa, aproximadamente una década previa a la llegada de los españoles conquistadores al territorio que hoy conocemos como México, tuvo lugar un hecho particular que pudo ser avistado en el cielo. Según la descripción era una “espiga de fuego”, “aurora” o “llama” que fue apreciada cada noche a lo largo de un año y solo desaparecía con la luz del Sol. Este acontecimiento despertó gritos y generó espanto entre la gente, pues todos sospechaban que se trataba de la señal de un mal venidero.
Este tipo de hechos o manifestaciones es conocido como tetzahuitl y ocupa un lugar importante en la cosmogonía y tradición náhuatl.
De acuerdo con el investigador e historiador Miguel Pastrana Flores, el tetzahuitl es considerado un “acontecimiento extraordinario o hecho portentoso con mensajes de los dioses”, y para su traducción al español suelen utilizarse los términos “augurio” o “presagio”; sin embargo, como apunta Pastrana Flores estas palabras no alcanzan para comprender la complejidad de este vocablo, pues existen interpretaciones insuficientes debido a los prejuicios de la historiografía occidental que se oponen o rechazan estos presagios reduciéndolos a falsedades, fantasías, fanatismos o supersticiones, o hallando su origen en fenómenos naturales, despojando así a los indígenas de la capacidad de interpretar lo que los rodea y borrando la historia y el significado que ocupaban estas manifestaciones en su forma de comprender el devenir de la historia.
“Tetzahuitl es una cierta forma de manifestación de los dioses nahuas en el ámbito de lo humano, que rompe el orden habitual y cotidiano del mundo para anunciar y provocar acontecimientos futuros generalmente de carácter negativo; por ello suelen causar temor, espanto y asombro”, señala Pastrana.
Los tetzahuitl no necesariamente anunciaban acontecimientos negativos o funestos; además, podían irrumpir el orden de lo cotidiano tanto en la vida de las personas como en asuntos sociales o políticos cuyos cambios eran de gran relevancia o marcaban de manera drástica el porvenir. Para el investigador Alfredo López Austin los tetzahuitl eran “señales de determinaciones divinas aún no cumplidas”. Como indica este historiador, las palabras compuestas con la raíz “tetzauh” apuntaban que un suceso dado era una “señal de augurio”, la cual puede ser transparente o necesitar una interpretación o desentrañamiento por medio de un procedimiento ritual[3].
Es con los tetzahuitl que los dioses comunican grandes tragedias o acontecimientos humanos a través de mensajeros. Algunos de estos emisores, como señala López Austin, pueden ser los mismos dioses o ciertos animales como el coyote, el conejo, la lechuza o la comadreja, que eran conocidos como yaotequihuaque.
“Comunican a los hombres el futuro próximo, que en muchas ocasiones es determinación propia del dios… Hierofanías directas o indirectas se transforman así en formas de comunicación que aproximan lo maravilloso a la cotidianidad humana”[4], señala López Austin.
Entre los acontecimientos que se comunicaban por medio de los tetzahuitl se hallan grandes calamidades, como hambrunas, muertes, epidemias y guerras. Entre estos hechos se encuentran por supuesto la llegada de los españoles conquistadores, la Conquista y la caída del imperio mexica y de Moctezuma. Precisamente en el Códice Florentino aparecen ocho presagios relacionados con la Conquista que fueron recogidos por el franciscano Bernardino de Sahagún.
El primer presagio es el hecho que se narra al principio de este texto y que es conocido como tlemiahuatl (espiga de fuego) o mixpantli (bandera de nubes); se trata de uno de los tetzahuitl más difundidos y hallados en diversas fuentes. El segundo es el incendio ocurrido en el Templo de Huitzilopochtli, el cual no pudo ser apagado, pues aunque se intentó mitigarlo con agua todos los esfuerzos no hacían sino avivar su fuego. El tercer presagio es el incendio del Templo de Xiuhtecuhtli, generado por la caída de un rayo que apareció mientras ocurría una llovizna. El cuarto presagio es descrito como el avistamiento de “fuego en el cielo que surgió del lado donde se oculta el Sol”, este fenómeno es equiparado con un cometa. El quinto es el agua del lago alborotada o hirviendo que saltaba violentamente y que inundó y destruyó varias casas. El sexto tetzahuitl es la presencia de la diosa Cihuacóatl, quien aparecía en las noches al grito de “Oh, hijos míos que ha llegado vuestra destrucción”. El séptimo presagio es el hallazgo por parte de pescadores de un ave, aparentemente una grulla que en su cabeza tenía una especie de espejo, que fue llevada con Moctezuma, quien al mirar a través del espejo vio las estrellas, guerra y hombres montados en venados. Finalmente, el último presagio es el avistamiento de “monstruos”, “deformes” o “personas con dos cabezas” que, una vez que eran llevadas con Moctezuma y vistas por él, desaparecían. El sentido o significado desentrañado de cada uno de estos presagios se relaciona con la miseria, malas cosechas, hambre, guerra, muerte de los gobernantes, muerte generalizada, daño, penas, trabajo, el fin de una era y el trastrocamiento del orden natural de las cosas, que a su vez se relacionan con la Conquista, siendo la visión de los hombres de guerra montados en venados la imagen más evidente de la llegada de los españoles a Tenochtitlán.
La idea de tetzahuitl devela parte la cosmovisión nahua y la compleja concepción del destino, el tiempo y el devenir como un entramado en el que existía una fuerte influencia y determinación divina, pero también una participación activa de los seres humanos que podían aceptar o rechazar las señales o augurios y por ende modificar las voluntades iniciales de los dioses, tal como señala el propio López Austin[6]; es decir, un continuo entre divinidad y humanidad. Por su parte, Pastrana señala que el tetzahuitl forma parte del discurso histórico náhuatl y “como manifestación de los dioses o como simple suceso extraordinario, era, para los antiguos nahuas, parte de la misma dinámica del mundo y como tal está presente en las narraciones históricas”.
No obstante, otras perspectivas señalan que los prodigios relacionados con la Conquista de México se encuentran en fuentes que son consideradas reconstrucciones históricas que buscan de alguna manera justificar lo ocurrido en la Conquista emulando modelos occidentales de presagios relacionados con grandes momentos en la historia de la humanidad, como la conquista de Roma o la caída de Jerusalén.
Esta es también una postura que evidencia la investigadora Berenice Alcántara Rojas, quien señala la influencia de la interpretación cristiana del fin de los tiempos transmitida a los indígenas por medio de la evangelización. Alcántara señala que los nahuas de la Nueva España del siglo XVI estaban familiarizados, gracias a la doctrina, con la idea de los signos portentosos que anunciarían el final de los tiempos. Asimismo, no duda en señalar que los nahuas que colaboraron con el fraile Bernardino de Sahagún conocían las historias de las caídas de los grandes imperios y los presagios que anunciaron su decadencia; por ello, explica que al momento de emprender la elaboración del Códice Florentino añadieron elementos y símbolos tomados de otras historias y los mezclaron con símbolos mesoamericanos relacionados con los Tetzahuitl.
“Al asociar y vincular símbolos cristianos y mesoamericanos, Sahagún y sus colaboradores nahuas lograron inscribir con éxito la historia de la conquista de México dentro del gran drama de la cristiandad, mostrándonos, a su vez, cómo en el último tercio del siglo XVI este acontecimiento había adquirido para los nahuas los alcances de un verdadero cataclismo”, escribe Alcántara Rojas.
Además, agrega: “Los presagios funcionaron en el Florentino como un marco estructurador al que se ciñe el relato de la conquista, para subrayar, desde una perspectiva cristiana e indígena, el fin de una era y el principio de otra, la época en la que vivieron Sahagún y los intelectuales nahuas que se formaron en el Colegio de Tlatelolco: el nuevo tiempo de los nahuas cristianos”.