David Olvera López / especial
A través de sus obras, las hermanas Sanromán cuestionaron y superaron el lugar tradicional relegado a las mujeres en el ámbito artístico, como ser la musa, el objeto de inspiración, el ornato y el ámbito doméstico.
La historia no es imparcial; las grandes narrativas que cuentan el devenir de la humanidad poseen un sesgo que es resultado de la asimetría de poder histórica entre hombres y mujeres. Por ello, no es casual que en los grandes relatos las mujeres sean relegadas a un papel secundario o complementario, pues las formas dominantes en las que se hace historia poseen una perspectiva masculinista en la que el hombre es sinónimo de humanidad, cultura y nación, o que en el mejor de los casos las mujeres son reducidas a “contribuyentes” (jamás protagonistas o bastiones) en la construcción de la nación y la cultura, como señala el historiador del arte y curador mexicano Luis Vargas Santiago, hacer historia es “resultado de un ejercicio de poder que pone de relieve ciertos eventos, personas y procesos al tiempo que oculta otros, los margina, los borra”.
En la historia del arte existen silencios que niegan la existencia y producción artística de mujeres, con todo y las dificultades que implicaba que una mujer realizara tareas que solo eran consideradas propias de los hombres ilustres. Como indica la investigadora Anne Staples, las mujeres consideradas “ilustradas” en el siglo XIX debían tener medios económicos para adquirir una amplia cultura, pues si no se tenía una fortuna o una situación privilegiada era imposible acceder al arte y las letras: “Entre las mujeres, más que entre los hombres, tener fortuna o pertenecer a una familia acomodada era prácticamente un requisito para ingresar a la élite del conocimiento, y aun así muy pocas lo lograban. Los hombres, en cambio, conseguían oportunidades que las mujeres ni soñaban”.
Según Staples, diversas mujeres privilegiadas que vivieron en el periodo de transición entre el Virreinato y el México independiente tuvieron la oportunidad de cultivarse en las artes; sin embargo, estas mujeres a la vez que brillaban por su talento y sus habilidades, destacaban por “su capacidad de no ofender el orgullo masculino al competir en conocimientos”[3]. Empero, avanzado el siglo XIX las mujeres tuvieron más oportunidades de adquirir nuevos conocimientos, desarrollar sus habilidades y ampliar el horizonte de la mujer ilustrada.
Este es el contexto en el que tiene lugar la obra de dos mujeres consideradas precursoras de la pintura femenina en México; se trata de Josefa Sanromán y Juliana Sanromán, hermanas que formaban parte de una familia originaria de Santa María de los Lagos, hoy Lagos de Moreno, Jalisco, que migró a la Ciudad de México. La historia de estas pintoras ha sido recogida en las investigaciones de Angélica Velázquez Guadarrama, maestra y doctora en Historia del arte por la UNAM e investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, quien explica que la historiografía del arte ha sido transformada por el feminismo y los estudios de género, haciendo posible que la obra de estas pintoras sea reivindicada y analizada fuera de los discursos y estándares tradicionales de la historia del arte androcéntrica: “Las historiadoras del arte feministas se dedicaron a identificar y llevar al conocimiento público a las artistas que habían sido pasadas por alto por los discursos tradicionales que enfatizaban conceptos tales como genio, originalidad y consagración de obras maestras”.
Según explica Velázquez Guadarrama, Josefa y Juliana crecieron en una familia de siete hermanos con una buena situación económica debido a que su padre, Blas Sanromán, era comerciante.
A pesar de que se desconoce cómo fue que las hermanas Sanromán comenzaron a pintar, las investigaciones de Leonor Cortina, y el análisis de las obras de las hermanas, apuntan a que quizás Pelegrín Clavé, pintor catalán que arribó a México para reformar de manera radical la enseñanza en la Academia de San Carlos a mediados del siglo XIX, fue su profesor particular, pues los retratos realizados por Josefa poseen similitudes con la obra del catalán; asimismo, Clavé pintó retratos de Juliana, Josefa y Refugio Sanromán que fueron exhibidos hacia 1853, y el padre de las pintoras tiene una presencia constante en la Academia de San Carlos en la década de 1850.
Las hermanas Sanromán participaron en la segunda exposición realizada en la Academia de San Carlos (se cree que también participaron en la primera, no obstante, no existe un catálogo que dé cuenta de ello); Josefa formó parte de esta muestra con tres obras mientras que Josefina hizo lo mismo con dos. Cabe destacar que la colaboración de las hermanas San Román en esta exposición, que dejaba ver su amplia preparación en la pintura, se hizo mucho antes de que las mujeres pudieran ingresar como estudiantes en la Academia de San Carlos en 1888.
La pintura era una expresión artística predominantemente masculina, por lo que la participación de las mujeres estuvo marcada por una clara diferenciación, pues los temas ejecutados en la pintura eran determinados con base en el género, esto hacía posible que la labor de las mujeres artistas fuera socialmente aceptable. Es por ello que, según apunta la historiadora del arte y docente Dina Comisarenco Mirkin, las mujeres sobresalieron principalmente en el género del bodegón, el paisaje, las escenas de interior, los retratos, los autorretratos y la copia de pinturas religiosas de los grandes maestros.
En ese sentido es importante detenerse en una de las obras de Josefa Sanromán, titulada Interior del estudio de un artista y que formó parte de la exposición de la Academia de San Carlos. En esta obra la pintora ejecuta un autorretrato con una escena costumbrista; no obstante, lo importante de esta pieza es la alegoría en la autorepresentación, pues según Comisarenco se trata de una personificación de la pintura en la que la autora utiliza el ámbito del hogar como un pretexto para representar su propia mirada sobre las mujeres artistas en una época en la que empezaban las reivindicaciones por los derechos de las mujeres en materia de educación e igualdad.
En Interior del estudio de un artista Josefa se plasma a sí misma rodeada de elementos y temas vinculados con la feminidad y la vida hogareña, así como de obras de autoría propia y de su hermana; sin embargo, lo interesante es que Sanromán se representa a sí misma como una artista, pues en el cuadro aparece sosteniendo una paleta de colores y pinceles, llevando así a cabo una operación iconográfica que la coloca como una mujer en acción.
“Josefa se autorrepresenta y define en su pintura como sujeto activo creador, orgullosa de sus creaciones artísticas, y acompañada por otras dos mujeres, una de las cuales aparece leyendo mientras la otra reflexiona seriamente. La artista resalta así, no sólo la superioridad de la pintura como arte, de acuerdo con lo que señalan varios tratados artísticos de aquel entonces, sino la capacidad intelectual de las mujeres en sintonía con las demandas y cambios de la época arriba referidos”, señala Dina Comisarenco Mirkin.
De acuerdo con Velázquez Guadarrama, Interior del estudio de un artista es una de las pocas representaciones en el arte mexicano del siglo XIX en mostrar la actividad artística de una pintora; la investigadora incluso sugiere que esta obra podría ser la primera en representar a una mujer de esta manera.
Asimismo, Juliana Sanromán es autora de un cuadro intitulado Sala de Música, en el cual representó a una joven que se alista para cantar mientras es acompañada por otra mujer que toca el piano, a la vez que un hombre en un sofá fuma y parece disfrutar el espectáculo. De nueva cuenta, en esta ocasión en una obra de Juliana, la mujer ocupa un papel activo como ejecutante de las artes. Sin embargo, al mismo tiempo que parece que las representaciones de las hermanas Sanromán contribuyen a ampliar el horizonte de la mujer ilustrada, Velázquez Guadarrama apunta que las obras de Josefa y Juliana contribuyeron a reforzar el ideal burgués de la feminidad de mediados de siglo difundido por medio de diversas publicaciones impresas y que respondía a la intención de elevar el nivel educativo de las mujeres.
No obstante, ese ideal tenía límites demarcados por las paredes de la vida hogareña y el matrimonio, pues la educación de las mujeres continuaba siendo considerada un peligro para sus roles “naturales” de madre y esposa. Es en este punto que la obra de las hermanas Sanromán adquiere un valor sumamente importante, pues sus representaciones implicaron una transgresión de los papeles secundarios y pasivos de las mujeres cuyo lugar está fuera de las artes y el conocimiento.
“Si a primera vista, y para el espectador actual, las obras de las hermanas Sanromán parecen reproducir los valores tradicionales, cuando se ven en el contexto de su tiempo, constituyen una imagen diferente de la feminidad mexicana… En sus pinturas se concibieron a sí mismas y examinaron a sí mismas como actores y protagonistas de su propio trabajo, algo bastante inusual en el contexto mexicano”, explica Velázquez Guadarrama.
A través de sus obras y en particular de sus autorretratos las hermanas Sanromán cuestionaron y superaron el lugar tradicional relegado a las mujeres en el ámbito artístico (la musa, el objeto de inspiración, el ornato y el ámbito doméstico) a la vez que plasmaron sobres sus lienzos nuevas posibilidades para la mujer al convertirse en sus obras, por medio de su iconografía, en sujetos protagonistas que son creadores y capaces de ejecutar las artes con la misma (o incluso más) habilidad y talento que los hombres.