In memoriam: Jesús Manuel Urquidi Granados

Carlos Urquidi G.

Chihuahua, Chih.- El 2020 será recordado por muchas cosas, la mayoría, no muy buenas, alentadoras o aspiracionales, pues de un de repente, apenas terminó el respiro de enero, una noticia comenzó a propagarse de país en país: un virus amenazaba la humanidad.
Para marzo, no había otro tema de discusión, ¡Ya era un hecho! Estábamos ante una pandemia…
La historia comenzó a escribirse, una nueva historia que nos quitó todo, hasta el poder de decir adiós.
Las nuevas normalidades se imponen de forma contundente, los cambios se suman, el encierro limitó la mayor parte de la vida afuera, más allá de la puerta y las opciones fueron cada día menos.
El inicio fue no salir, resguardarse, un mes, dos, tres, después solamente asomarse de forma escalonada pero, con la cara cubierta por un muy desesperante cubrebocas.
Hasta para ir por la despensa se convirtió en algo novedoso, gel en las manos, chequeo de temperatura, entren de unos en unos, no se saluden, dos por auto, desinfecten los alimentos, báñense al regresar a casa, ¡Por Dios!..
Las horas, los días, las noches, los meses, pasaron así sin más.
Para finales de abril creció el grupo de los valemadristas, de los incrédulos, de los inconscientes, los que no permitieron aplanar la curva, los que echaron por la borda la oportunidad de no hacer nada para lograr un todo.
Valió más celebrar el ‘Día del niño y de la niña’ con un mal hecho pastel industrial de una cadena comercial y una pizza de otra cadena al mayoreo; valió más llevarle un sartén para decirle ‘te amo jefita’; pudo más el ‘sevaser o nosevaser la carnita asada’, no sin antes, levantarse temprano para hacer una larga fila en la tienda de conveniencia, ‘porque nos cierran la venta de las cheves’, ellos, los que trajeron los brotes de la aún muy desconocida enfermedad mundial, se unieron al coronavirus para quitarnos lo poco que nos quedaba.
Los ‘trapitos rojos’, implorando ayuda, se propagaron por la ciudad a la par que las reuniones en los parques recreativos con la misma cantidad de selfies para mostrar y demostrar que con ellos no se cuenta para hacer equipo, que para ellos el significado de sociedad no existe, mucho menos las normas del vivir.
A esos, sí léanlo de forma despectiva, no los movió la reactivación de la economía, ni que cientos de familias tuvieran la posibilidad de retomar sus actividades para sobrevivir, para reiniciarse la vida, para evitar el ahogamiento, no, los movió su egoísmo.
Y con el tiempo se acumularon los muertos…
El dolor por la pérdida de un ser humano es indescriptible, pero cuando es alguien allegado a ti, a tu familia, ese dolor toma dimensiones inconmensurables.
Sí, acepto que la muerte es parte de la vida y acepto que estamos hechos para sobrellevarlo pues fuimos dotados de una gran capacidad de resiliencia, pero existe algo llamado duelo, ese mágico proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida, esa reacción de la mente que ayuda a superar la pérdida para no colapsar.
También es conocido que el duelo tiene sus etapas que van desde la negación, el enfado, negociación, dolor emocional (o depresión) y aceptación, en ese orden, con algunos determinantes que influyen, de manera positiva o negativa, en ese proceso, desde la relación afectiva con el fallecido, si murió de una enfermedad mortal, el tiempo de agonía, el parentesco, hasta el apoyo de los más cercanos, amigos, parientes y demás.
Todo lo anterior no lo tuvo mi familia, no lo no tuvo su familia, no tuve yo. Aún sigo/seguimos en la etapas de la negación y el enfado. El adiós quedó incompleto, a medias.
¿Cómo lidiar ante la muerte de un ser querido cuando existe el apuro?.. Sí, nos apuraron por todo: tres horas para velarlo con protocolos sanitarios, no exceso de gente en la funeraria, no sepultura, tenía que ser cremación…
Una vorágine de dolor con trámites oficiales en unas horas y a las siguientes ya estábamos ante el surrealismo de ver autos con globos blancos, miradas de asombro e incredulidad en cada uno de mis familiares, más dudas que respuestas en sus mentes, ¿Qué está pasando?, ¿Se permiten flores?, ¿Por qué cremación? ¿Por qué no podemos velarlo más?

¿Por qué no puedo llorarle más?…
—Amigo, ¿Puedo ir a darte un abrazo?
—No, no puedes, no nos dejan.

Algunos no me hicieron caso y fueron. Me abrazaron y yo hoy los abrazo más fuerte.

Mi hermano murió un martes, no de COVID-19, un infarto acabó con su vida, tras los trámites que llevaron tiempo se pudo velar tres horas al día siguiente y de ahí a la cremación. Más de una semana después regresó a casa en una urna.
Ese día hizo un calor insoportable, no pude dejar de pensar que estaba viviendo el infierno aquí en la tierra pero el cielo inmensamente azul evitó las ganas de gritar.
Apenas el sábado pudimos depositar sus cenizas.
El duelo no es una enfermedad, pero enferma, aun me preguntó si estoy/estamos ante un ‘duelo bloqueado’, con negación a la realidad de la pérdida; un ‘duelo complicado’, con síntomas o conductas de riesgo para o en ‘duelo patológico’, en el cual la vida se detiene. Sabe.
Hoy que escribo, a manera de catarsis, me sumo al dolor de los deudos de las víctimas del COVID-19: En el mundo 692 mil personas han perdido la vida; en México, 48,012 y a todos y cada uno de los 18.2 millones que luchan actualmente contra la enfermedad.

Tal vez estas letras que brotan hoy, me ayuden/nos ayuden, a mi familia, a todos.
El COVID-19 nos quitó muchas cosas y ellos, los otros nos quitaron lo poco que nos quedaba. Punto, hasta aquí.

—Para todos los que han perdido un ser amado durante esta pandemia, mi solidaridad.

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